julio 12, 2025

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#Si Sostenido

Cats (2019) | Columna de G. Carregha

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Criticaciones

 

           “¿Ya viste CATS?”

            “Sí, ya, ya la vi.”

            “¿Y qué tal? ¿Está buena? ¿La recomiendas?”

            “No sé.”

            “Pero ya la viste, ¿no? ¿Cómo no vas a saber si es buena o no?”

            “Precisamente por eso, porque ya la vi.”

Muchas personas cometimos el error inicial de definir CATS como una película, un simple ejercicio audiovisual producto de una cadena humana que incluye productores, inversores, directores y talento artístico. El hecho de haber sido proyectado en cines fue, quizá, el detalle que llevó a miles de almas inocentes a catalogarla como tal, pero cometimos una equivocación. CATS no es una película, no es una adaptación cinematográfica de un musical de Broadway, mucho menos un ejercicio metafórico contenido en escenas editadas para aparentar formar una trama. CATS no es ni siquiera una suma de las partes que la componen. CATS es, al mismo tiempo, maldad y bondad, unidas en un balance tan perfectamente imperfecto que desestabiliza al universo mismo con su presencia. CATS es algo que debe evitarse a toda costa, pero que también deber ser consumido. CATS es la bombilla mortal a la que se acercan los humanos polillas al sentir la titilación de saciar su curiosidad. CATS es la solución a la pregunta “¿de qué se trata Evangelion?”.

No me queda duda alguna de que es humanamente imposible describir CATS con palabras tan triviales como “buena” o “mala”. La existencia misma de CATS desbanca algo tan banal como las palabras mismas, las desbanca por mucho. Es un objeto etéreo al que no se le pueden añadir adjetivos calificativos de ningún tipo, puesto que no puede ser comprendido haciendo uso de ninguno de los cinco sentidos que limitan al ser humano. Sólo puede describírsele, dar indicios de qué es lo que se puede esperar de ella, pero, de nuevo, las palabras fallan. CATS es una experiencia personal y colectiva capaz de dejar de lado cualquier pretensión de estilo de vida para adjudicarse la propiedad mística del cerebelo de quien la observe sin protección ocular. CATS, véasele por donde se le vea, no es disimilar a un ente interdimensional, de esos que aparecen una vez cada generación, que decidió bajar hasta nuestro planeta, irrumpiendo en la sociedad sin previo aviso y desapareciendo sin dejar rastro alguno más que las cicatrices que dejó en la mente de todo aquel que pudo observarle.

CATS es una aflicción, una enfermedad que se contagia a través de pantallas de video. CATS es la maldición que presagiaba The Ring. Es una ETS cinematográfica que se transmite sin contacto humano, y solamente activada cuando existe el consentimiento expreso de quien se sabe acreedor a todos los síntomas inherentes de observarla. CATS es una tortura voluntaria que rebasa los límites establecidos por la ONU y que, al mismo tiempo, jamás alcanzará el estatus de ilegal. CATS es el castigo que te aplican tus padres cuando se enteran que dejaste de ir a la universidad hace dos años.

Lo que se presenta ante cualquier persona lo suficientemente valiente como para acceder a intercambiar dos horas de su vida y una porción de su sanidad a cambio de ver esta experiencia audiovisual es equiparable a tener un viaje astral sin salir de tu cuerpo terrenal. CATS es un trip de DMT capaz de renovar el alambrado público entre las neuronas de cualquier individuo hasta convertir a la audiencia en seres de luz que nada tienen que ver con las sombras humanas que entraron a la sala. Es el reflejo del nuevo tú en el que no te querías convertir pero que no puedes evitar. CATS es la droga que merecemos, no la que necesitamos.

CATS es lo que sucede cuando se le dan millones de dólares de presupuesto a un programa de inteligencia artificial entrenado a base de imágenes abstractas de animales inexistentes al ritmo de un teclado atonal. CATS es la culminación de cada filtro de Instagram, de cada Tik Tok compartido a lo largo y ancho del universo conocido, un intento de acercarse a las generaciones venideras por los espíritus de personas cuyos cuerpos nacieron sin alma durante la década de los sesenta. CATS es la prueba fehaciente de que existe un fetiche más allá de los furrys que jamás pudimos imaginar.

Ver CATS es equiparable a encontrar el switch de encendido de un cerebro humano y pasar minutos interminables prendiéndolo y apagándolo, manteniendo al alma en un estado constante de no saber si está viva o muerta, de saber si es hora de dejarse ir o continuar aferrándose a la existencia terrenal. Tener las escenas de CATS grabadas en tu memoria es una sentencia de felicidad por siempre eludida. Quien ve CATS es alguien que ha visto al abismo de frente y se dejó consumir por él.

Según el calendario, el día que el destino me llevó a ver CATS en el cine fue el 28 de diciembre de 2019. Según ese mismo calendario, han pasado poco más de dos meses desde la muerte de esa fecha. A pesar de la distancia espacio-temporal que me separa de ese instante de mi vida, no soy capaz de formar una opinión respecto a lo que atestigüé sobre la pantalla de cine aquel día.

Puedo asegurar que no me encontraba ni remotamente privado de mis facultades mentales por algún tipo de sustancia ilegal o por falta de sueño. Durante todo el trayecto visual realizado entre el primer anuncio de Cinépolis y los créditos finales parpadeé incrédulo un promedio de dos veces por minuto, incapaz de alejar mis ojos de lo que se que estuviera transpirando frente a mí. Absorbí en su totalidad todo el contenido audiovisual que me ofrecía. Atestigüé todo. Recuerdo cada maldita escena intrascendental, llena de paja digital casi a la perfección. Cada detalle, cada cara humana superpuesta sobre cuerpos amorfos que no son ni de humano ni de gato, cada hebra de pelo en CGI, cada pedazo de utilería exagerado para crear la apariencia de que todos los “seres humanos” en pantalla mide menos de cincuenta centímetros.

Observé minuto tras minuto la existencia de seres a quienes se les podía catalogar como femeninos gracias a las formas de sus senos humanos escondidas detrás de pelaje inamovible cantando melodías de nada. Soporté ráfagas de subtítulos desfasados lingüísticamente por traductores que prefirieron copiar y pegar el texto oficial de la versión mexicana de una obra de teatro antes de hacer su trabajo. Pasaron frente a mis pupilas incontables ejemplos de seres que tenían la dicha de llevar artículos de ropa sobre su persona, implicando la desnudez completa de aquellos que no. Quedé perplejo, mi ser por siempre destrozado, al capitular el éxodo de inconsistencias al encontrarme con un ente que llevaba puesto un abrigo de su propia piel por encima de su piel, misma que, a su vez, era también un abrigo de piel.

Perdí mi asimiento a la realidad misma ni bien pasados los diez minutos de proyección. Fue allí cuando se presentó ante mí un supuesto gato con cara humana que procedía a engullir cucarachas de tamaño real que, al igual que ella, presumían caras humanas. Acababa de presenciar un acto de snuff transpirar ante mis ojos, pero la música y la cinematografía buscaba obligarme a considerar esto como un momento lleno de magia para toda la familia. No pude seguir su juego, no en esa ocasión, no cuando se repitió el hecho una segunda vez.

CATS es la antítesis del entretenimiento. CATS es visualmente inverosímil, un torrente de imágenes literalmente increíbles y a las cuales les faltaron dos meses de renderización. CATS es una oda a los peligros de los efectos especiales y, al mismo tiempo, la razón por la que docenas de talentosos artistas digitales perdieron su trabajo al entregar precisamente lo que el director les pedía. CATS es culpable de que cientos de personas perdieron el sueño – ya fuera trabajando incansablemente en crear pesadillas en tercera dimensión en busca de un sueldo que jamás llegaría, ya fuera intentando procesar la información obtenida en una sala de cine que por siempre viviría entre sus recuerdos. CATS es una apología a las malas prácticas de la animación, la razón por la que Tom Hooper nunca volverá a encontrar trabajo en el mundo del entretenimiento. CATS es nada y todo a la vez.

CATS es un proceso de iniciación. CATS es la obligación visionada de todo ser humano. No existe en este mundo algo que tome tu cerebro entre sus sucias manos con tanta fuerza, y no haga más que violarte mentalmente sin importarle las secuelas que puedan existir.

No creo que pueda vivir lo suficiente para que las imágenes de CATS en mi mente se asienten lo suficiente como para que, finalmente, pueda decidir si me gustó o no.

Porque, sencillamente, CATS es.

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Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

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VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

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LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

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#Si Sostenido

Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

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EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

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