julio 3, 2024

Conecta con nosotros

#Si Sostenido

El juego de Godard | Texto de Eduardo L. Marceleño

Publicado hace

el

“Nuestro amor, enfrentando esta guerra,

se va haciendo fuerte.”
Ray Loriga

Elsa y yo no éramos amigos de antaño, ni de nada. No nos conocíamos de hacía tanto, a lo más llevábamos dos meses juntos. Yo sabía que no era ella mucho de palabras, mucho menos de letras. Yo sabía muy bien que no teníamos un pasado juntos aunque se empeñara en hacerme creer lo contrario. Yo sabía que no había ni afecto ni estima. Nada de eso era con ella. Me molestaba, por otro lado, escucharle hablar de sus aventuras sexuales. De eso sí que le gustaba hablar. Las contaba como lo más interesante aunque a mí nada de eso me interesaba. También decía que le gustaban bastante las obras de Jean-Luc Godard y los chocolates. En una ocasión me dijo que el juego de Godard consistía en entrar a las salas de cine a la mitad de la película e inventarse uno la trama de la misma con los elementos que se tuvieran al alcance. Atajar la historia en el punto medio. Eso era para Elsa el juego de Godard.

Un sábado en invierno jugando al juego de Godard Elsa se ofreció a comerme la verga a mitad de la película, es decir, al inicio de la película. Entramos a la sala con unos buenos 40 minutos recorridos del último film de Pedro Almodóvar que ahora he olvidado (tal vez el juego de Godard no es para personas como yo que no son lúcidas del todo), aunque si ahora telefoneo a Elsa recordará la película perfectamente -con todo y la trama completa inventada por ella desde la mitad-, como si hubiésemos estado ayer jugando a su jueguito de pretender ser Godard. La sala estaba casi vacía, y quizá por eso y porque soy mediocre para las aventuras, y además que no se me ha dado nunca la iniciativa para ese tipo de cosas, accedí aunque sin dejar el temor de lado. Y fue el temor, el miedo, lo que volvía más grande mi morbo. Los hombres sólo queremos que nos coman la verga, al final del día sólo nos queda eso. Los hombres sin muchas aspiraciones sólo aguardamos, como un grotesco depredador, que al final de la jornada una mujer se ofrezca a comerte la verga, eso es todo. Elsa es una chica linda pero loca. No me meto con eso, pero siempre me he sabido cauto de mujeres que viven al borde de la locura, donde, además, existen un montón de cosas para las cuales no todos estamos listos. Elsa está loca, por eso siempre está lista.

«El cine es el tema de cualquier película que se sepa está bien hecha» hubo dicho mi amiga Elsa después de terminar con mi verga. «El cine, es decir, el tema, está por encima de la trama, apréndetelo bien, Julio», insistió en esta idea, como si yo la entendiera tan bien como la entendía ella. Lo único que yo entendí fue que ella era el tema sobre la trama de nuestra amistad, que, dicho sea de paso, en ese momento yo no sabía por qué camino iba a tirar ni cuánto iba a durar. Todo era siempre nuevo para mí, cada día daba la impresión de ser el primero con ella. De ahí que no supiera precisamente nada con relación a Elsa, sólo pensaba que ella era, sobre todo lo demás, el tema de ese momento.

«Mira, te explico mejor, los orgasmos son el tema del sexo, todo lo demás son estupideces. La pequeña muerte, suave y deliciosa, es el tema por encima de las caricias, del cachondeo, de los besos…» Todo en Elsa tiene que ver. Me puso de ejemplo a un austriaco muerto que asegura que el miedo que llevo dentro tiene que ver con el sexo, con algún oscuro secreto que no se ha hecho ver en esta realidad pero que yace clavado, como una astilla, dentro de mis sueños. ¿Qué va a saber más un austriaco muerto que yo de mis miedos? «La oscuridad de tu pasado ronda por ahí, creciendo como los carcinomas, haciendo su trabajo silencioso y secreto hasta que un buen día ¡pum! Explotan. ¿Quieres eso para ti, Cariñito

De un momento a otro pasamos de jugar a ser Godard a mis miedos sentenciados hace más de un siglo por un imbécil. Nunca me ha gustado la palabra ‘cariñito’, porque todo aquello que termina en diminutivo deviene en insignificante. Lo pequeñito no es más que lo que avanza hacia lo menos. Elsa me decía así de cariño, pero bien consciente del daño que ese cariño podía causar en alguien como yo.

Como dice Godard, la Nouvelle Vague no lleva por objeto otro que no sea olvidarse de la historia que quieres contar. Como dice Elsa, el tema de las películas es el cine, y el cine son imágenes. Como dice Godard, la Nueva Ola consiste en olvidar la trama y concentrarse en el tema: la imagen. De ahí que tanto la Nueva Ola como Godard y como Elsa hicieran de aquellos meses un juego de imágenes siniestras. Las imágenes eran repetitivas, crudas y castigadoras. De color gris, como el aire que soplaba en aquel invierno que no terminaba de acomodarse en mi conciencia distraída.

Por esos días mi consciencia, lo leí por primera vez en un cuento de Ray Loriga, era un perro apaleado. Y son los perros apaleados los que siempre reaccionan y muerden.

Sucedió que reaccioné. Sucedió que decidí poner fin a la Nouvelle Vague. Decidí ponerle fin a Elsa. Y también al demente de Godard. Aun con miedo, caí en total independencia. No hay olvido que sí recuerdo de ese invierno. La astilla de la que siempre me habló Elsa se hizo ver a la luz del engaño que viví durante esos dos meses, revelado con determinación cuando decidí ponerle punto final a todo aquello. Le di un final comenzando por la mitad de esta historia que ha olvidado su trama, pero no su tema. Y me dije que es preferible que la astilla se quede ahí bien clavada en el lugar de mis sueños, bien consciente de que es prisionera y no dueña. Y por mí, el austriaco muerto puede venir a chupármela.

Ahora termino esta historia por la primera mitad que había omitido. Elsa murió soñando con ser una musa del viejo Godard. Elsa murió en la cúspide de su fantasía o de su locura. Avanzó hacia el vacío por las inmediaciones de orillas grises en lo alto de un edificio ubicado en el bulevar Saint Germain de Paris, y se arrojó al vacío sin más. A la mierda. Nadie, ni siquiera el propio Godard, le cuestionaría algo nunca. Lanzada al vacío,  yo la recuerdo como una amiga que conocí por no más de dos meses, los mismos que bastaron para convencerme de que La Nueva Ola está tan muerta como ella.

 

 

Pintura: Édouard Manet
“The Rue Mosnier with Flags”
1878

 

También te puede interesar: Dulce estocada a los emisarios de la nada | Texto de Eduardo L. Marceleño García

 

Continuar leyendo

#Si Sostenido

Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

Por

VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Encontrar las llaves | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#Si Sostenido

LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

También te puede interesar: Niños a la carta | Columna de Juan Jesús Priego

Continuar leyendo

#Si Sostenido

Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

Publicado hace

el

Por

EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

Lee también: Un rugido en el desierto | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 244 0971

Director Fundador
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Director
Luis Alberto Moreno Flores

Opinión