julio 14, 2025

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#Si Sostenido

La ciudad chatarrizada | Columna de Jorge Ramírez Pardo

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incendio en bodega del ferrocarril

Enred@rte

 

Sin duda la capital potosina, hasta 1950, fue una de las más bellas y armoniosas urbes de Latinoamérica; gracias a su riqueza arquitectónica barroca y neoclásica en diálogo con numerosas zonas ajardinadas en el ahora denominado Centro Histórico.

Varios aspectos destacados distinguieron hasta hace medio siglo a la ciudad de San Luis Potosí:

  • Cuando la Colonia eligió este territorio para explotarlo por su riqueza minera, tuvo como proyecto también, no asentar la ciudad cerca de los beneficios mineros iniciales, ubicados en Charcas y Matehuala; Real de Catorce inicia con posterioridad e intensidad efímeras (1793), pero variedad y cuantía ( explotación de oro, plata, cobre, plomo, zinc, manganeso, estaño, hierro, mercurio y antimonio; además, minerales no metálicos, como flourita, fosforita, yeso, azufre, arcilla alumínica, ónix, mármol, sal, caliza, cantera); Cerro de San Pedro, cuya montaña, registrada en el escudo estatal y hoy desaparecida por explotación irracional reciente e hipercontaminante a cielo abierto (Minera San Xavier), fue descubierta desde los inicios de la colonia y tiene una primera explotación intensiva durante la primer mitad del siglo XX y concluida entre 1947 a 1949, que le aportó el patrimonio arquitectónico hoy trastocado.
  • La capital potosina de vocación inicial minera y asentada al extremo sur de la región conocida como Aridoamérica, sin embargo, elegida por su enorme planicie desértica junto a una sierra próxima (que la minería taló hasta su desaparición), fue ajardinada a imitación de ciudades españolas asentadas en geografías distintas, por ello, los potosinos que la habitaron por siglos (hasta el 1950 en referencia, cuando tiene un crecimiento desbordado y mal planificado), se olvidaban de la cercanía con el desierto por dos motivos.
    • Sus zonas ajardinadas, no tiene cactáceas ni plantas del desierto, sino árboles y flores ornamentales no características de zonas áridas, y cuyo desarrollo y sostenimiento requería de mucho más agua que una planta de zona árida.
    • Como ciudad para 50 mil habitantes durante siglos, sabía aprovechar sus escurrimientos de agua de lluvia: con ello y su manto acuífero era autosuficiente en agua y tenía un drenaje (de barro, por cierto) adecuado a esas dimensiones y necesidades.
  • Aquella ciudad con armonía y diálogo entre arquitectura y vegetales, cuando la miró en sus correrías, a fines del siglo XVII el científico/explorador Alexander Humboldt, la denominó La ciudad de los Jardines.

El tiempo, la falta de planificación urbana y sustentabilidad, sumado a la corrupción y sobreprotección a mineras (a fines del siglo XIX llegaría al poniente de la ciudad American Smelting, hoy Industrial Minera México) destruyeron la armonía urbana.

IMMSA con métodos de explotación devastadores y contaminantes excesivos, logró determinar/co-gobernar acerca del uso del suelo, provocar enfermedades irreversibles a los pobladores poblado conurbado de Morales y, ahora, con el gobierno municipal, xavierismo de origen gallardista, y un exgobernador (por cierto, tío del actual munícipe capitalino) empleado como abogado de la minera, a punto de imponer la urbanización del territorio infectado durante más de un siglo.

Espacio de edificio abandonado, a unos pasos de la Antigua estación ferroviaria, hoy ocupada por Kansas City como sus oficinas principales en la capital potosina

El agravio más reciente y reto a la memoria

Luego de la minería, uno de los referentes laborales más importantes para la capital potosina fue la llegada del ferrocarril en el año de 1888. Ello modificó el paisaje urbano y aportó nuevos elementos arquitectónicos singulares.

Por ello, para el gremio ferrocarrilero y algún sector importante de la población, es un hecho lamentable y doloroso el incendio acontecido el jueves de la semana pasada en una bodega del conjunto arquitectónico ferroviario de la ciudad, ubicada al sur-oriente de la Alameda.

El fuego consumió los interiores, pero también daño elementos estructurales, puesto que expulsó fragmentos de piedra y bloques completos.

La información vertida fuera del suceso deja las siguientes evidencias:

  • El inmueble y todo el conjunto ferroviario de la ciudad, está concesionado desde 1996 a Kansas City Southern (¿de México?).
  • El sitio, en notable abandono, como otros también concesionados a la empresa, le fue requerido para su empleo con fines culturales. La empresa no accedió.
  • El inmueble hoy incinerado en sus interiores y con riesgo de desplome, padeció antes dos incendios, el último hace mes y medio.
  • El responsable del INAH, Juan Carlos Machinena, tuvo una intervención a destiempo que le desmerece. Encargará al Museo Nacional de Ferrocarriles de Puebla, el expediente, para ver qué responsabilidades corresponden a la ferroviaria transportista Kansas City, puesto que ese y demás inmuebles en concesión están tipificados como patrimonio nacional. Esto es, el señor INAH en la localidad ni siquiera tiene ese expediente en mano.
  • Historiadores y expertos, entre quienes destaca Luz Carrega, y el sentido común ciudadano, demandan enérgicos se haga un peritaje y se finquen responsabilidades a la empresa Kansas City.
  • Es importante que haya una vigilancia ciudadana meticulosa porque en ocasiones se da carpetazo luego del impacto inicial por un siniestro con afectaciones patrimoniales.
  • El gobernador, su secretario de Cultura, el munícipe y sus respectivos protectores del patrimonio, hasta el momento, ni sus destellos. No vieron, no leyeron ni tienen opinión sobre el tema.
  • El edificio incendiado y notablemente averiado, tiene una larga nave contigua de bodegas con arquitectura y estructura pétrea similares al edificio dañado. Deseable, y así lo han mencionado conocedores del tema, es que además de hacer reparaciones a fondo, todo el conjunto sea expropiado para beneficio público.
  • El incidente abre, además, una antigua demanda urbanística, esta es, que el conjunto de vías que dividen la ciudad en el eje oriente-poniente desde hace casi 150 años, sea removido a un punto periférico, puesto que su uso es exclusivamente para carga y no para pasajeros.

Cereza en el mollete

El reportero autor de estas líneas, intentó visitar el sábado por la mañana el Museo (local) del Ferrocarril, no se le permitió ingresar como “prensa” y tomar fotos, y se le advirtió que tampoco se le permitirían fotos con boleto pagado, porque debió “mandar oficio firmado dirigido en días que trabaja la directora, blablá, dirigido blablablá…”. Se solicitó el teléfono de la directora, obvio, no se otorgó y no pudo haber llamada de sus empleados con ella en el transcurrir de media hora. 

Aclaraciones pertinentes

  • Iba con un fotógrafo, testigo de las solicitudes cordiales y el saludo educado de despedida
  • Hubo tres filtros humanos con indicaciones prohibitivas, sin ser ya testigo de si el cuarto de llamar a la directora fue real o simulado

Hace 5 semanas, en tarde de martes, hubo un sucedido similar en el Museo de Esculturas: “mandar oficio firmado, blablá, dirigido blablablá…”. Ahí la obstaculizante fue una uniformada de seguridad –con llamada a su superior, segundo y determinante filtro- porque la burocracia numerosa sólo trabaja hasta las 3 de la tarde.

A todas márgaras. El secretario de Cultura Armando Herrera no ve, no oye ni tienen opinión sobre el tema, pero, sin su anuencia tales despropósitos no existirían.

Luego entré, esta misma mañana de sábado, entré sin obstáculos, gratis como todo público, haciendo uso profuso de cámara fotográfica, a las galerías de la Caja Real (esquina de Madero y Aldama); ahí hay trato amable y hospitalario, acceso a cédulas impresas (disponibles gratis para todo público). La exposición principal, con buena museografía, es de óleos en gran formato, de pintores colombianos. Espléndida, por cierto.

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Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

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VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

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LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

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Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

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EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

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