julio 6, 2024

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La Conquista: la visión de los vencidos

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La petición de disculpas de AMLO a la Corona española avivó las dudas de los mexicanos sobre sus mismos orígenes

Por El Saxofón

La petición de disculpas que anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador al rey de España, por los agravios cometidos durante el periodo de la Conquista de México, es acaso, por la forma en que se dio a conocer y por las reacciones que detonó, el primer traspié del actual presidente de la República.

Tal vez ninguna otra iniciativa de López Obrador enfrentó el rechazo mayoritario y devolvió al mandatario no solo una respuesta rotundamente negativa por parte del país aludido, sino de los propios mexicanos, cuya mayoría consideraron la carta enviada por AMLO al rey Felipe, como un despropósito.

Hay algo que tal vez no está a discusión: López Obrador equivocó las formas. Si se hubiera mantenido en los canales diplomáticos, acaso la solicitud del presidente hubiera prosperado en los casi dos años que restan para la celebración de la culminación de este episodio histórico en 2021, pero el mandatario decidió llevar el tema al debate público, y ello sacó a flote el trauma cultural que llevamos dentro los mexicanos, o incluso, los latinoamericanos.

En teoría, los mexicanos nos enorgullecemos de nuestro pasado indígena, pero en la práctica, nos sentimos más a gusto con la herencia española. ¿Cómo se manifiesta esta inclinación? Muy sencillo: en la discriminación de la que son objeto las personas de tez morena y los integrantes de las etnias.

Los mestizos recibieron, de los españoles ibéricos que se asentaron en el país y de los criollos nacidos en él, la aspiración de “mejorar la raza”, entendiéndose por ello, no el hecho de cultivar las ciencias y las artes, sino simplemente disminuir la pigmentación de la piel en los ciudadanos.

Los indios, como se dio en llamar a los habitantes originales del territorio que luego se llamó América, fueron tenidos entonces, y aún ahora, por bárbaros e ignorantes. Todavía hoy, en pleno siglo XXI, nos sorprende que algún miembro de un pueblo originario destaque en la sociedad occidental, que alcance el éxito o reconocimiento económico, académico o social, puesto que estamos habituados y vemos como algo “normal” su atraso y su ignorancia.

En el debate que ha surgido después de la aventurada petición de López Obrador al Reino de España y al papa Francisco, jefe del Estado Vaticano, incluso los mexicanos le han dado la espalda a López Obrador:

Podemos pasar por alto la reacción de los partidos españoles, que rechazaron de tajo la petición lopezobradorista, incluso el insulto de un novelista como Pérez Reverte que llamó imbécil a AMLO, y sugirió que sea el propio tabasqueño quien pida disculpas por llevar apellidos españoles, lo que sorprende (y no) es el rechazo de los mexicanos.

El diario mexicano El Universal hizo un sondeo, y el 67% de los lectores que lo respondieron, opinó que el rey de España no debe pedir disculpas a México. Solo un 24 por ciento estuvo a favor de la petición de López Obrador. Políticos e intelectuales asumieron también esta posición.  

Apenas algunas voces se levantaron para defender la iniciativa de López Obrador con algo de inteligencia:

Antes que algún periódico mexicano, el diario español El País consignó la opinión de Enrique Márquez, poeta potosino y jefe de la diplomacia cultural mexicana, quien en entrevista matizó la solicitud de López Obrador: Enrique Márquez: “Es mejor la polémica que el olvido”, cabeceó el rotativo ibérico.

La Agencia de Noticias del Estado Mexicano, Notimex, divulgó la opinión del poeta y editor José María Espinasa (descendiente de españoles refugiados en México durante la Guerra Civil) bajo el título Respuesta torpe del Rey de España a AMLO: José María Espinasa. Pocos medios la retomaron.

En cambio, proliferaron opiniones como la de los expresidentes Vicente Fox quien dijo que López Obrador hizo el ridículo ante tal petición; o Felipe Calderón que aseguró que la Conquista está zanjada.

Enrique Márquez fue cauto ante los cuestionamientos de Jorge Morla, colaborador de El País, y reprodujo el discurso presidencial que fundamenta la solicitud:

¿Cree que los mexicanos comparten la idea de López Obrador de que España debe pedir perdón por los abusos de la conquista?

Mire, aquí lo importante es que es una iniciativa que mueve a la polémica, a la inquietud… habría sectores en España y en México que evidentemente preferirían la indiferencia y el olvido a polemizar sobre hechos históricos. Bueno, se van a celebrar los 500 años de la llegada de Hernán Cortés a México. Es una oportunidad para revisar la historia… para reacercarnos. La intención del presidente López Obrador, más allá del texto, es que no caigamos en la indiferencia y el olvido. Esto nos va a permitir reconciliarnos a través de la memoria histórica.

¿Y cree que López Obrador tiene derecho a hacer ese planteamiento?

Claro. El mismo que tuvo Barack Obama en 2016 cuando va a Hiroshima. El mismo que Willy Brandt en el 70 cuando se arrodilla ante el memorial del Holocausto.

Pero esos hechos son más recientes, había víctimas dueñas de un relato. Ahora hablamos de hechos de hace 500 años difíciles de calibrar. Al gobierno español le ha causado un gran malestar. ¿Qué opina de su respuesta?

Bueno, es natural esta inquietud. Estamos un día después de la propuesta, es natural, pero creo que es más importante que se polemice a que se olvide. La relación entre los dos países es fuerte.

En lo personal, ¿cree que este es un tema que la gente de la calle tiene en la cabeza?

La generación última… habría que preguntarle qué opina de la conquista. El propio término, conquista, ¿qué quiere decir a día de hoy? Justamente la celebración de coloquios y discusiones que proponemos en el marco del quinto centenario tienen que ver con documentar el conocimiento a quienes no tienen la cercanía con los hechos. Debemos acudir al expediente histórico para revisarlo y discutirlo. Mejor una polémica que un olvido. Es más sana, y en el caso de España y México siempre nos ha acercado.

Por su parte, José María Espinasa, poeta y editor, fue mucho más enfático:

“Esa reacción no es más que un ejemplo del mal momento por el que pasa la política española; pudo haber hecho lo mismo con más inteligencia, mayor elegancia y mucha profundidad”, dijo el editor y crítico literario a Notimex.

Espinasa es descendiente de inmigrantes que llegaron a México en el exilio español, producto de la Guerra Civil en ese país de 1936 a 1939. Desde su perspectiva, el país ibérico pasa por un momento muy conservador. En ese sentido aseguró que “España está gobernada por la Derecha… y los partidos de Izquierda también son de Derecha”.

Para él la respuesta del gobierno español ha sido torpe, triste y lamentable, e hizo votos porque las autoridades encabezadas por el Rey Felipe VI de España puedan recapacitar y se genere un diálogo sensato, constructivo e inteligente entre ambos países.

Reconoció que si bien la petición del presidente López Obrador pudo ser sorpresiva e intempestiva, lo real es que toca un tema que está presente.

“Han pasado 500 años pero la herida está ahí, y no costaba nada profundizar y pensar en ella, como hicieron con los árabes o los sefaradís, pero el conservadurismo español, en este momento, les impide no digamos pensar bien, simplemente, pensar”.

Explotación

Quienes critican la petición de López Obrador, sostienen que los abusos los cometieron solo los españoles que vinieron a América, pero esto no es tan simple. La guerra de Conquista duró dos años, pero el periodo de dominación se extendió por tres siglos, y es falso que esa dominación y esos agravios solo los hayan ejercido los españoles que vinieron a la Nueva España.

España extenuó la riqueza de América en sus guerras religiosas: “El calvinismo había hecho presa de Holanda, Inglaterra y Francia, y los turcos encarnaban el peligro del retorno de la religión de Alá. El salvacionismo costaba caro: los pocos objetos de oro y plata, maravillas del arte americano, que no llegaban ya fundidos desde México y el Perú, eran rápidamente arrancados de la Casa de Contratación de Sevilla y arrojados a las bocas de los hornos”, relata Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, y donde también señala que la monarquía y los capitalistas españoles dilapidaron esa riqueza que fue mal administrada.

Trauma cultural

Octavio Paz, en El Laberinto de la soledad, afirma que no es forzado decir que “la Conquista fue una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la propia carne de las indias.

La Malinche o Doña Marina, como la bautizó Hernán Cortés, “se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche.

En este sentido sostiene que hay “una voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior, (…) pero sobre todo cerrados frente al pasado (…) condenamos nuestro origen y renegamos de nuestro hibridismo. La extraña permanencia de Cortés y la Malinche en la imaginación y la sensibilidad de los mexicanos revela que son algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto secreto que aún no hemos resuelto. Al repudiar a la malinche (…) el mexicano rompe sus ligas con el pasado, reniega de su origen”.

Más adelante añade: “la tesis hispanista, que nos hace descender de Cortés con excepción de la Malinche es el patrimonio de unos cuantos extravagantes –que ni siquiera son blancos puros-. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que también está sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado atención”.

Dice Paz, “se contempla la Conquista desde la perspectiva indígena o de la española (…) Si México nace en el siglo XVI, hay que convenir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles”.

El Nobel mexicano, señala que “si los españoles no exterminaron a los indios fue porque necesitaban la mano de obra nativa para el cultivo de los grandes feudos y la explotación minera. Los indios eran bienes que no convenía malgastar. Es difícil que a esta consideración se hayan mezclado otras de carácter humanitario. Semejante hipótesis hará sonreír a quien conozca la conducta de los encomenderos con los indígenas”.

Octavio Paz reconoce, como muchos que han salido en defensa de la  –equivocadamente llamada- Madre Patria, que la diferencia de la Nueva España con las colonias sajonas es radical “la Nueva España, -dice- conoció muchos horrores, pero por lo menos ignoró el más grave de ellos: negarle un sitio, así fuera el último en la escala social a los hombres que la componían”.

Con esto se marca la diferencia con las colonias inglesas que exterminaron a los habitantes originarios de las tierras de las cuales se apoderaron o los redujeron a las llamadas “reservas”.

Pero señala que “También es cierto que la superioridad técnica del mundo colonial y la introducción de formas culturales más ricas y complejas que las mesoamericanas no bastan para justificar una época”.

Sin embargo, admite que “la creación de un orden universal, logro extraordinario de la colonia, sí justifica a esa sociedad y la redime de sus limitaciones.

“La gran poesía colonial, el arte barroco, las Leyes de Indias, los cronistas, historiadores y sabios y, en fin, la arquitectura novohispana, en la que todo, aun los frutos fantásticos y los delirios profanos, se armoniza bajo un orden tan riguroso como amplio, no son sino reflejos del equilibrio de una sociedad en la que también todos los hombres y todas las razas encontraban sitio, justificación y sentido”.

No obstante puntualiza: “No pretendo justificar a la sociedad colonial. En rigor, mientras subsista esta o aquella forma de opresión, ninguna sociedad se justifica”.

“Aspiro a comprenderla como una totalidad viva –dice- y, por eso, contradictoria”

“Del mismo modo me niego a ver en los sacrificios humanos de los aztecas una expresión aislada de crueldad sin relación con el resto de esa civilización: la extracción de corazones y las pirámides monumentales, la escultura y el canibalismo ritual, la poesía y la “guerra florida”, la teocracia y los mitos grandiosos son un todo indisoluble.

“Negar esto es tan infantil como negar el arte gótico o a la poesía provenzal en nombre de la situación de los siervos medievales, negar a Esquilo porque había esclavos en Atenas. La historia tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza del hombre consiste en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla.”

Acaso ahí encuentra su base la petición de López Obrador. La Conquista duró dos años, con sus matanzas y crueldades mutuas, pero la colonia se extendió por tres siglos, tres siglos de explotación y no menos barbarie. Quinientos años después, la sociedad que surgió de ese periodo productivo y bárbaro a la vez, no ha resuelto ese trauma cultural.

El juicio moral sobre la Conquista se ha dado en diversos periodos de la historia, con mayor o menor intensidad, aún durante la misma época de la Colonia. Hay, como en toda cuestión humana, argumentos a favor y en contra, pero los papeles son muy claros: España nunca se podría llamar a sí misma, víctima de ese proceso.

Sin embargo, a todas luces el debate que ha surgido recientemente, está marcado por los mismos defectos que provocaron ese choque histórico, la incomprensión y la intolerancia.

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Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

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VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

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LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

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Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

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EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

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