julio 12, 2025

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#Si Sostenido

La verdad nos hará libres: el internet como herramienta contra el totalitarismo | Columna de Eden Martínez

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Julian Assange

Funambulista 

 

El pasado jueves 11 de abril a las 10 de la mañana, arrestaron a Julian Assange, fundador de WikiLeaks, después de haber estado refugiado por 7 años en la embajada de Ecuador en Londres. Para muchos, incluyéndome a mí, no fue una sorpresa: ese momento se veía venir desde que el nuevo gobierno de Ecuador liderado por el presidente Lenin Moreno, con un perfil diplomático mucho más alineado a los intereses y peticiones de Estados Unidos, diera señales de desagrado, incomodidad y hostilidad ante la permanencia de Julian en su embajada. Cualquiera que haya escuchado las declaraciones que dio Moreno sobre la situación de Assange, ya se había hecho a la idea de que los días de protección del australiano estaban contados. Incluso así, algunos teníamos todavía la esperanza de que se abriera alguna vereda en las negociaciones, que evitara el camino de la extradición.

En diciembre del año pasado, en entrevista con Carmen Aristegui, el nuevo presidente de ecuador dijo que solo se le retiraría el refugio diplomático a Julian con la condición de que las autoridades británicas prometieran no extraditarlo a un territorio en el que su vida corriera peligro. Sin embargo, aquello precisamente fue lo que sucedió: en cuanto se retiró el asilo político al fundador de WikiLeaks, la Policía Metropolitana británica lo arrestó —un arresto que despierta muchas preguntas, en las imágenes se ve que la policía entró a la embajada para sacarlo— por no haber comparecido anteriormente en los tribunales de la isla, pero también por la presencia de una petición de extradición de los Estados Unidos.

Dos años antes—en mayo del 2017— la fiscalía sueca cerró la investigación de abuso sexual contra Assange, además de la orden de arresto por la que inicialmente Gran Bretaña quería extraditarlo. Acusaciones que desencadenaron todos los acontecimientos que conocemos: la situación sin salida que lo mantuvo en la embajada ecuatoriana 7 años. Los cargos penales que el australiano mantuvo después de esa fecha eran precisamente por no haberse presentado a los juzgados cuando se levantó la orden en el 2012. Situación jurídica que mantenía abierta la posibilidad de que el gobierno de Trump reclamara su cabeza, porque, admitámoslo, solo los ingenuos creerían que el asunto Assange no tiene fines políticos. Tomando en cuenta que el 90% de los acusados por delitos federales de Estados Unidos son declarados culpables, y que el cargo de “conspiración” se le puede imputar, que Julian Assange sea condenado a muerte es una posibilidad.

¿Pero cuál es el mensaje que se quiere mandar con su detención? ¿Qué es lo que está en juego? Los principios mismos de la libertad de expresión, y la posición jurídica y simbólica del internet como herramienta de libre tráfico de información. WikiLeaks es una plataforma whistleblower —que significa más o menos denunciante—, su objetivo es publicar y difundir información clasificada de una manera ciega, en la que sus whistleblowers o soplones permanecen en el anonimato incluso para los editores del sitio. Esto quiere decir que Julian Assange y el equipo que administra WikiLeaks no saben quiénes o quién les envía la información que reciben. Una vez que los datos filtrados son recibidos, WikiLeaks se encarga de confirmarlos, garantizar que sean genuinos y verdaderos. Después, los publican.

Esto es importante por un motivo crucial: Julian Assange no se infiltró en el sistema de la NSA (National Security Agency), ni en ninguna otra agencia de gobierno o similar: Julian no es un hacker —aunque lo fue en su juventud—, es un periodista: publica en su sitio la información que le envían —hackers, quizá— solo después de corroborar su legitimidad. Aun así, es casi seguro que lo van a tratar de imputar por robo de información para fines políticos y de intervenir en las elecciones estadounidenses por publicar los emails de Hillary Clinton cuando era Secretaria de Estado (https://wikileaks.org/clinton-emails/); y por intento de violación de la seguridad nacional por publicar evidencias de crímenes de guerra (https://collateralmurder.wikileaks.org/).

Pero, si toda la información que WikiLeaks publica es cierta y aún si él mismo la hubiera hackeado, ¿Quién es el verdadero criminal? ¿Aquel que dio a conocer el crimen o aquel que lo cometió? Muchos teóricos políticos (y políticos) creen que los Estados Nación no deberían estar sujetos a las mismas responsabilidades que los individuos, incluyendo la rendición de cuentas. Con el pretexto de proteger la “estabilidad nacional” los gobiernos se desembarazan de hacerse cargo de las consecuencias de sus errores y de sus abusos. Ahora bien, los secretos de estado son necesarios hasta cierto punto, o por lo menos hay algunas razones para créelo así, sobre todo en conflictos armados o cuando haya vidas en peligro, ¿qué pasaría si todos tuviéramos acceso a las estrategias y a los nombres y domicilios de los oficiales encargados de la lucha contra el narcotráfico? El asunto es entonces hasta dónde llega la inmunidad del Estado, ¿Qué tan transparente puede y debe ser un gobierno? Todas estas cuestiones deberían estar sobre la mesa actualmente, y es justamente por esto, por exponer un problema, por lo que Julian Assange está ahora en una celda.

Ahora en el 2019, creo que la mayoría somos conscientes de que las agencias de inteligencia internacionales y nacionales son capaces de espiar y recopilar nuestros datos. Incluso las empresas más populares de internet pueden hacerlo, y lo han estado haciendo desde hace tiempo con fines comerciales. Pero una cosa es utilizar la información básica de los usuarios para enviarles publicidad, y otra es utilizarla para modificar nuestra conducta. El 10 de abril del 2018, Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook, tuvo que presentarse ante el Congreso de los Estados Unidos por haberle entregado información de 87 millones de usuarios a la compañía privada Cambridge Analytica. Esta compañía utilizó dicha información para crear una base de datos de perfiles de votantes, con el objetivo de modificar directamente su opinión política con respecto a las elecciones norteamericanas del 2016, mostrándoles determinados contenidos temáticos en sus cuentas de Facebook.

Según estadísticas del Banco Mundial, en el 2016 el 45.7% de la población mundial utilizaba el internet, con un aumento promedio de 5% cada año. Facebook reporta tener 1.52 billones de usuarios diarios –que utilizan la red social al menos una vez al día— y WhatsApp 1.5 billones de usuarios “activos”, de los cuales la mayoría utiliza la aplicación por lo menos 23 veces diarias. En un mundo como este, en el que internet se ha convertido en el territorio político y estratégico más importante de la historia, y en la que los gobiernos y los millonarios pueden saber absolutamente todo sobre nosotros, una distopía totalitaria parece más posible que nunca. Irónicamente, el internet también ha sido lugar de resistencia y resiliencia, y ese es precisamente el mensaje de Julian Assange y WikiLeaks: hay que tratar de equilibrar el tablero. Hoy por hoy, si no queremos regresar a enviar palomas mensajeras, la única manera de evitar ser manipulado por las corporaciones estatales y privadas que tienen acceso a todos los aspectos de nuestras vidas es precisamente obligarlos a rendir cuentas, y el único camino para lograrlo es hacer pública la información que demuestre sus errores.

Además de WikiLeaks, las páginas web más simbólicas del llamado “internet libre”, como https://thepiratebay.org/, o http://gen.lib.rus.ec/ , no son terribles enemigos de la legalidad y las buenas maneras, sino más bien intentos de democratizar la web y sus monopolios. Por otro lado, no podemos negar que el internet completamente libre y sin reglas ha llegado a excesos desquiciados y sociopáticos. El ideal del libre comercio más radical tiene su insignia más abyecta en los portales de tráfico infantil y de armas en la Deep Web. Pero, vamos, este no es el caso de WikiLeaks, y a cualquiera que trate de demeritarlo tomando esa línea argumentativa le hace falta darle un vistazo al sitio (https://wikileaks.org/, otra vez, por si acaso).

La única ideología del australiano es el pragmatismo de la de la libre información, y su objetivo es igual de claro: que exista una “agencia de inteligencia abierta al público”. Semejante leitmotiv, como ya dijo Slavoj Žižek, no es solo “mierda poética”, sino una posibilidad tangible, en la que todos podemos colaborar. Ahora Julian está en la prisión de Belmarsh, en Londres, y ni siquiera sus abogados han podido verlo, ¿es acaso ese el precio que se tiene que pagar por la verdad?

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Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

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VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

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LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

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Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

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EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

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