julio 6, 2024

Conecta con nosotros

#Si Sostenido

Sonic The Hedgehog (2020) | Columna de G. Carregha

Publicado hace

el

Sonic

Criticaciones

 

2020 marca la primera – y espero única – vez que siento la obligación moral de ver una película en el cine. Llevaba meses cargando un gigantesco pedrusco emocional sobre mis hombros y la única forma de sacármelo de encima era asistiendo a una proyección comercial en particular. Todo esto en el entendido no de que deseaba apoyar a una causa o asociación en particular, mucho menos ampliar las arcas monetarias de alguna persona o empresa para que sepan que creo que las decisiones que tomaron son las correctas. Al contrario, este guijarro descomunal fue depositado sobre mi cuerpo por mi propia mano. Era un poco de culpa. Es decir, mi obligación moral se podría resumir como “creo que yo ayudé a que esto sucediera y vengo a expiar mi pecado con estos 72 pesos. No, sin combo, muchas gracias, el puro boleto.”

Fue en abril del año pasado que Paramount Pictures y Jeff Fowler decidieron sincerarse ante el mundo aceptando que desconocen cómo funciona la psique humana o a qué se refiere la gente cuando dice “agradable a los ojos”. Entre sonrisas de orgullo por un trabajo bien hecho, nos entregaron una pesadilla computarizada color azul a la que ellos consideraban una tierna representación de un erizo que lleva casi 30 años incrustado en el paraje cultural global. Durante los poco más de dos minutos que duraba el clip inicial, buscaron encariñarnos con una creación digital similar a un cosplayer del Kemonito que intentó fabricarse su disfraz sin tener referencias a la mano. Era como si se estuvieran burlando de los fanáticos de Sonic y su insistencia en crear personajes originales basados en el universo de sus videojuegos de la forma más burda – y costosa – posible.

Como si el ataque visual no hubiera sido lo suficientemente lacerante, los seres detrás de esta película decidieron encajar a su ente del inframundo dentro de un guion que seguía al pie de la letra todos y cada uno de los plot points establecidos por las películas noventeras para niños que se podían ver cada domingo por la tarde en Azteca 7. “En cines este noviembre”, decía el clip al final. No era una broma. No era un tráiler hecho por fans. Era una producción seria. Los productores ejecutivos no solo habían atacado a todo ser humano con ojos sin provocación alguna, sino que, además, tenían el descaro de invitarnos a pagarles por su esfuerzo. 

Y se hubieran salido con la suya de no ser por esos muchachos entrometidos y sus tweets. Ni bien fue publicado el anuncio, el internet explotó en burlas y quejas. “Yo sé que no es su obligación hacer cine de calidad para toda la familia, pero mire lo que nos están dando” y una larga lista de etcéteras. Incluso Yuji Naka, quien treinta años atrás hubiera creado el concepto de un erizo que corre rápido, no pudo mantener su opinión de su lado del teclado y exclamó su asco a través de los cables de fibra óptica que mantienen al mundo funcionando.

Esta es la parte en la que acepto haber sido parte de este contingente de negatividad. Aquel fatídico día de abril caí en la instantánea tentación de atacar mis propios sentidos al ponerle play al tráiler. Una vez que había apaleado a mis sentidos, me tomé la molestia de escribir un artículo burlándome del mismo para un sitio web australiano. Al final del texto me puse mi piel de buen samaritano y recomendé a la gente no solo no asistir al cine a verla, sino evitarse la molestia de ver el tráiler. Ninguna de las dos acciones, creía yo, eran necesarias, sobre todo si la persona en cuestión buscaba ser feliz en algún punto de su futuro cercano. 

Y, sin embargo, a menos de una semana de su estreno en cartelera, me encontraba de pie frente a un estudiante de preparatoria, su sonrisa tan falsa como la mía, vestido con uniforme de empleado de cine para entregarle mi dinero a cambio del pedazo de papel no reciclable que me permitiría acceder a una proyección de dicha película.

“En español, ¿verdad?”

“No, en inglés, por favor”.

“¿En serio? Tiene subtítulos, ¿eh? Hay gente que dice que les distraen mucho”.

“¿Más que la voz de Luisito Comunica forzándose por actuar como un personaje de Rocket Power?”

“Me han dicho que no hace un mal trabajo como actor de doblaje”.

“Y yo le pedí dos boletos para la película en inglés, no su opinión, muchas gracias”.

Sonic The Hedgehog fue arrojada en salas de cine de todo el país justo el día que celebramos los aniversarios luctuosos de San Valentín Elizalde y de los personajes de la familia Cowco (que en paz descansen y que su muerte continúe siendo redituable para las grandes empresas, amén). Y, aunque la idea de ver cómo despanzurraban a otro ícono de los videojuegos en un intento más de Hollywood por hacernos creer que los 90’s fueron una época que merece ser recordada se escuchaba tentadora, tenía mejores cosas que hacer en aquella tan especial fecha – como pasar casi tres horas buscando a un gato extraviado alrededor de la cuadra o dormirme exageradamente temprano porque el neoliberalismo me obliga a trabajar los sábados por la mañana para que, cuando el Inegi pregunte, les pueda decir que estoy sólo un poquito por encima de la línea que divide a los pobres de los pobres extremos.

Pero, ¿cómo es que alguien sin corazón como yo logró tener un súbito cambio de conciencia? ¿Por qué de pronto me interesaba apoyar a una película de la cual me quejé ampliamente durante semanas? Una película, por cierto, basada en un personaje que nunca me ha interesado a lo largo de mi vida. ¿Qué pasó en los diez meses entre que Paramount nos enseñó que las cosas pueden ser siempre mucho peor de lo que imaginamos y el día que finalmente me aplasté en un cine a consumirla a través de los ojos? Fácil. Me di cuenta que yo era parte del problema.

Como cualquiera que use Twitter para enterarse de los chismes de la farándula del internet sabe, el torrente de reacciones negativas ante el diseño inicial del personaje hizo que el estudio cambiara su plan de acción. En vez de lanzar la película cuando prometieron, se decidió aplazar su estreno tres meses y así poder forzar a los animadores a trabajar sobretiempo y bajo presión – con una paga no conforme al esfuerzo y estrés invertidos – para rediseñar a Sonic en algo que en verdad se pudiera observar sin sentir un agujero en el estómago. Subsecuentemente, hubo que reanimarlo y reinsertarlo en todas las escenas en donde aparecía el personaje que comparte su nombre con el de la película. ¿Paramount se había dado cuenta de su error? A juzgar por el hecho de que aún creen en la utilidad de la esclavitud moderna, no. Simplemente ya no aguantaban los correos de odio, los tags en redes sociales con injurias o los artículos negativos en sitios web australianos enfocados a la cultura pop. En otras palabras, el internet bulleó tanto y tan duro a un grupo de creativos profesionales que lograron hacerles pedir perdón por tener una visión particular y obligarles a hacer lo que nosotros queríamos que hicieran.

También te puede interesar: ¡Gracias, Bong Joon-ho! | Columna de Andrea Lárraga

Total Page Visits: 194 - Today Page Visits: 1

#Si Sostenido

Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

Por

VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Encontrar las llaves | Columna de León García Lam

Total Page Visits: 194 - Today Page Visits: 1
Continuar leyendo

#Si Sostenido

LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

También te puede interesar: Niños a la carta | Columna de Juan Jesús Priego

Total Page Visits: 194 - Today Page Visits: 1
Continuar leyendo

#Si Sostenido

Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

Publicado hace

el

Por

EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

Lee también: Un rugido en el desierto | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Total Page Visits: 194 - Today Page Visits: 1
Continuar leyendo

La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 244 0971

Director Fundador
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Director
Luis Alberto Moreno Flores

Opinión