octubre 4, 2024

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The Invisible Man (2020) | Columna de G. Carregha

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The Invisible Man

Criticaciones

 

Hoy es la fecha en que debía realizarse el careo con mi acosador de la preparatoria. Así acordaron las autoridades a pesar de mi negativa y la de mi equipo legal. No era humano, argumentamos, que aquel ser tuviera la oportunidad legal de estar tan cerca de mí en un espacio tan cerrado. Mi ansiedad no iba a poder soportarlo. Desde que me senté en la silla destinada a “la víctima” sentí como si todo esto fuera una broma orquestada por el mismísimo juez presidiendo la sala. Era casi como si las autoridades mismas hubieran decidido premiarle su proceder con mi cercanía, como si tras tantos años de hostigarme se hubiera ganado la oportunidad de verme, olerme, sentirme, bajo el supuesto amparo de una autoridad para quien yo era desechable.

De acuerdo al citatorio, nuestro careo debía comenzar a la una en punto. Se hizo especial énfasis, además, en que no habría cámaras presentes puesto que el caso no era lo suficientemente mediático como para que alguien quisiera guardarlo para la posteridad. Pasan ya de las tres de la tarde y no hay rastro visible de aquel. Los miembros del tribunal dicen, por lo bajo, como si el sonido pudiera esconderse dentro de este cuartito de siete metros cuadrados, que si “el victimario” no hace acto de presencia dentro de los próximos quince minutos se verán obligados a multarlo por más de dos mil pesos – una burla.

“Posiblemente”, me dice mi abogado, “se vaya a posponer todo el proceso. Vamos a tener que repetir esto.”

“Pero él está aquí”, le digo. “Él ya estaba dentro de la sala desde antes de que yo llegara”.

“¿Dónde?”

“No lo sé”, contesto, “pero puedo sentir su mirada, clavándose en mi espalda como lo hizo en ese entonces, como lo hizo por tanto tiempo.”

“¿De qué estás hablando?”

A modo de respuesta, encaro a la silla vacía del otro lado de la habitación. La miro fijamente, como esperando encontrar un glitch en su superficie que desvele su locación. No sé dónde está, sólo sé que me está viendo, que lo ha estado haciendo por todo el día. Una lágrima se escapa de mis ojos cuando tomo aire para hablarle directamente, cuando intento tomar la fuerza para encarar a quien me hizo tanto daño en tan poco tiempo.

“Tenía apenas dieciséis cuando apareciste en mi vida. No creo haber hecho nada particular para llamar tu atención. No te pensé, no llamé tu nombre a mitad de la noche en un parque abandonado, ni siquiera te entregué algún regalo hecho por mis manos. Sólo entraste en mi vida, como si te hubiera abierto una puerta y te hubiera invitado a pasar por una tacita de té. Poco a poco te convertiste en el protagonista de mis historias y de mis decisiones, en mi único tema de conversación, en la razón por la que me sentía incapaz de confiar en la gente.

“Yo ya sabía de ti desde hacía años, pero jamás te otorgue mucho espacio de memoria en mi cabeza. En otras palabras, eras solo un dato trivial en mi imaginación. Pero para ti yo era algo completamente distinto. No sé por qué, pero logré convertirme en uno de tus objetos de deseo. Simplemente el hecho de existir en el mismo plano físico que tú fue suficiente para que me vieras como un algo que necesitabas poseer.

“Me vigilabas desde las sombras con tanta intensidad que no podía dejar de sentirte cerca, escondido en algún punto ciego de mi perímetro, tu mirada clavada siempre sobre mí – como ahora. Nunca te importó la posición del sol o la cantidad de campanadas que diera el reloj, ni siquiera el temporal, lo único que te interesaba era estar ahí, seguir cada uno de mis movimientos. Ibas pistas a tu paso, evidencias de tu presencia continua por mi vida, indicios de tu cercanía relativa omnipresente.

“Tu primer acercamiento tuvo lugar a finales de febrero, cuando apenas iniciaba mi estadía en el cuarto semestre de la preparatoria, cuando todo a nuestro alrededor eran tintes de inocencia adolescente y una fotografía ambiental acorde. No te acercaste a mí en persona. Preferiste enviarme una nota impresa en papel couché y diseñada profesionalmente. Mi nombre iba escrito a mano con bolígrafo en aras de darle un toque personalizado a pesar de los altos valores de producción. En ese momento, quizás gracias a la impersonal propuesta impresa en la nota, me pareció un acto algo inocente. Tanto así que, cuando llegó a mis manos no pude evitar reírme.

“Pero no hice nada para detenerte. Tu acercamiento unidireccional hacia mi persona, aunque no me llamara la atención, era algo que la sociedad me había enseñado que debía considerar normal. Lo único que podía y debía hacer era sonreírte de vuelta y soltar una que otra risita nerviosa para que, con suerte, notaras mi falta de interés. Obviamente esto no funcionó.

“Peor aún, en vez de mantenerme en silencio y aceptar tus invitaciones con dignidad, osé tirar dicha nota a la basura. Me tomé la molestia de hacerlo en un sitio retirado de la escuela para que no vieras, pero me imagino que me seguiste camino a casa, buscando ver mi reacción de primera mano. Pero creo que al verme estrujar esa hoja de papel couché imaginaste que le hacía eso a tu corazón, que te estrujaba a ti sin importarme cómo te sentías.

“A raíz de eso te volviste más insistente, más violento. Los mensajes impresos me llegaban día a día en el salón de clases, incluso, algunas veces, ya estaban sobre mi mesabanco antes de que yo llegara a la escuela. Después, cuando era obvio que las ignoraba, que me deshacía de ellas sin siquiera mirarlas, empezaste a dejarlas en mi hogar. Cada mañana el buzón de mi casa despertaba repleto de mensajes de tu parte, de notas impresas en papel couché con mi nombre escrito en bolígrafo, siempre repitiendo los mismos mensajes, las mismas promesas vacías.

“En cuestión de meras semanas, decidiste subir de nivel. Las notas ya no eran suficiente. Necesitabas más espacio impreso para acosarme. Empezaste a hacer revistas donde hablabas de todas las cosas que podríamos hacer si estuviera contigo, si aceptara tus invitaciones. Revistas que lanzabas hacia la puerta de mi casa, hacia las ventanas, como queriendo romper algún pedazo del mi hogar para llamar mi atención. Solías tocar el timbre antes de depositar una revista, como la alarma que avisaba del disparo de guerra que ya había sido lanzado. Pero no timbrabas una sola vez, no. Te tomabas la molestia de hacer sinfonías de timbre, mientras más molestas, mientras más complejas, mejor. No tenías un horario definido, siempre tocabas a horas indecentes, a mitad de la madrugada, cuando alguien acababa de entrar a la casa; cuando pensabas que nos haría más daño. Tuvimos que desactivar el timbre para poder dormir en paz, para poder sentir aunque fuera un ápice de paz en nuestro propio hogar.

“De alguna forma conseguiste mi número telefónico. La primera vez que me marcaste no te reconocí. El identificador de llamadas arrojaba un número que nunca había visto, pero no por eso le tuve miedo. Cuando saludaste y pediste hablar conmigo por nombre, me confundí, más no me preocupé. Pero después de escuchar por dos largos minutos cuáles eran los beneficios de estar contigo, grité de espanto. Colgué tan fuerte que rompí el auricular. Y a partir de ese día, a partir de que te confirmé que aquel era el número que te conectaba a mí específicamente, el teléfono no dejó de sonar ni un segundo. Al igual que el timbre, lo tuvimos que desconectar. Nos habías aislado por completo del mundo. Asumo que ese era tu plan. Dejarme en completo abandono social para que corriera a tus brazos, te pidiera perdón por ignorarte y dar inicio a una larga relación entre tú y yo. Pero no iba a rendirme así de fácil. No iba a caer en tus garras.

“Después tuvo lugar un extraño episodio surrealista en un restaurante donde, de alguna forma, lograste acabar con la vida de uno de mis seres queridos de una manera un tanto inverosímil donde acabé absorbiendo la culpa por completo. Si, lo acepto, el resultado del asesinato causó el efecto deseado en mí, rompiendo mi psique y todo lo que quieras, pero aún no siento que el truco fue muy convincente. Sea como sea, el miedo a que me abordaras me hizo perderme el funeral de aquella persona. Fue la peor época de mi vida.

“Y, después de año y medio de sufrimiento, simplemente desapareciste un día, como si yo hubiera pasado de moda, como si hubieras encontrado a alguien más a quien hostigar hasta quererte. Sólo así, un día, hubo silencio en mi vida. Pero jamás fui la misma persona.

“Han pasado ya casi veinte años desde que me rompiste internamente, desde que acabaste con mi paz mental con tu insistencia. No he podido volver a sentirme con la autonomía de tener una vida ordinaria sin temer que te acerques una vez más, con una nota de papel couché en la mano, a pedirme que me acerqué a ti. Quiero detener ese sentimiento, sentirme libre de salir a la calle, de darle mi número a alguien. Sólo busco una disculpa de tu parte. Solo quiero saber que no habrá una segunda parte.”

Y entonces sollozo. Lo hago como no lo he hecho en años, como si mi vida dependiera de la cantidad de lágrimas que logro expeler a través de mis ojos. Fuera de los ruidos que genero desde mi garganta asosegada por la tristeza, el tribunal está en completo silencio. Uno de los miembros del mismo, el que aún no ha podido dejar detrás su barba de veinteañero, aquella cerca de púas púbicas que une a sus patillas de lado a lado a través de una línea de pelos en su cuello, luce particularmente confundido. Lo veo hojear de lado a lado la carpeta conteniendo los fajos del caso en curso. Tras analizar lo ahí escrito, su cara de confusión todavía presente, se acerca a mí, carpeta en mano.

“Disculpe”, me dice, hincándose frente a mí. “Creo que ha habido una equivocación. El caso que nos compete el día de hoy en el juzgado no es en contra de un individuo acosante, sino en contra de la institución educativa conocida como Tecnológico de Monterrey, más en específico, es una demanda en contra de la posible ilegalidad de su publicidad insistente en formato retargeting.”

“¿Pues de que cree que estoy hablando? ¡Esa universidad se pasó chingue y chingue y chingue por año y medio que me ofrecía una beca especial o no sé qué cosas para estudiar en su plantel, y si le decía que no o lo ignoraba, me mandaba más y más y más publicidad! ¡No me dejaban en paz! ¡Me torturaba para que aceptara su cochina beca!”

“Si era una beca especial, ¿por qué no la tomó? ¡Se escucha como una oportunidad inigualable!”

“¡Porque no me interesaba estudiar en el Tec! Y menos con esas tácticas de acoso tan horribles. Además, esas becas son una mentira, ¡te las terminan cobrando con intereses cuando te gradúas! ¡No te becan, te prestan!

“Oh. Qué lástima que piensas así de tan buena universidad. Es una excelente alma mater, si me permites decírtelo. Yo me gradué de uno de sus planteles, incluso ahora soy docente ahí, enseño la materia de Civismo. Pero, no sabe lo mucho que me hizo paro el que me dieran una de sus becas. Si no me la hubieran ofrecido no podría haber estudiado en esa universidad. ¿Te interesa entrar al Tec?, ¿quieres informes? Porque, justo, tengo unos flyers en el portafolio que te pueden ayudar, y mira, si decides inscribirte a una de sus maestrías, ahorita están manejando una beca del ochenta y cinco por–”

“¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Les dije que estaba aquí, les dije que el Tec estaba aquí, espiándome! ¡No me deja en paz! ¡No sé qué quiere de mí!”

Empecé a patalear en contra del supuesto juez, a lanzarle puñetazos al aire a su cara, a intentar destrozarle alguna parte del cuerpo al representante de quien destrozara mi psique de adolescente, de quien, incluso años después de haberme graduado de otra universidad, me seguía persiguiendo para coaccionarme a ser uno de sus alumnos. Previendo mi reacción, mi abogado decidió apelar a la civilidad del mundo moderno y contuvo mis extremidades a tiempo.

“Sólo una pregunta”, me dijo el juez al tiempo que estrujaba una de las hojas de mi denuncia tal como yo había estrujado el primer volante que recibí del Tec y su maravillosa oferta, “¿por qué demandar después de casi dos décadas?”

“Es que acabo de ver la de The Invisible Man, la nueva, la de este año, y cada escena era un flashback a todo lo que sufrí en la prepa por el acoso del Tec. Así, idéntico.”

“¿Entonces es una mala película?”

“No. Chingonsísima.”

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Cómo calificar un altar de muertos | Columna de León García Lam

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VOLUTA IX.

La antropología (eso piensa una buena parte de la población) es una ciencia sin gran aplicación práctica. Sirve, entre otras muy pocas cosas, para determinar al ganador del concurso de altar de muertos que se organiza cada año en cada escuela de México. En mi flaco currículum, durante mis pininos profesionales se amontonan los reconocimientos que dicen más o menos así:

La escuela Bomberos Heroicos perteneciente al SEER otorga el presente reconocimiento al Mtro. (en ese mundo todos somos maestros) León García Lama por su valiosa participación como jurado en el TRADICIONAL CONCURSO DEL ALTAR DE MUERTOS “INNOVANDO NUESTRAS TRADICIONES”. Luego viene un lema como “El saber se forja con el conocimiento de cada día”, a 31 de octubre de (cualquier año entre 1997 y el 2012). Firman: autoridades escolares.

Por esa razón, estimadas y estimados tres lectores de la Voluta, les lego la sabiduría que se adquiere al ser jurado, año tras año, de la verdadera tradición de México que no es poner un altar, sino el concurso “para que no se pierdan las tradiciones”.

Bueno, no lo haré, sino hasta el próximo año (si es que) porque en este 2020, no se realizará ningún concurso “tradicional”, aunque paradójicamente es el año con más muertos que hemos tenido en la historia de México: 40,863 muertos por violencia; 139 153 por causas asociadas al COVID más los muertitos de causas “normales” dan la escalofriante y huesuda cifra de 193 170 muertes, dicho conservadoramente por las instituciones oficiales (CENAPRECE).

 

Cómo poner un altar de muertos

Lo más importante ya lo tenemos: los muertitos. Lo segundo más importante también: el hambre de tamales. Ponga una mesa y una caja pegados a la pared, simulando una pirámide de tres pisos que es una representación del mundo. ¿El mundo tiene tres pisos? Sí y trate de no hacer preguntas. Un altar digno presume dos características: cuida la simetría y está organizado en montones de 2, 3 y 4 cosas ¿por qué? Pues ya le dije: no haga preguntas. Usted ponga en las esquinas 3 naranjas, en un platito 4 tamales y otros tantos plátanos de alfeñique, 2 panes de muerto en cada lado de su altar. La lógica obedece así: si usted fuera muerto ¿qué necesitaría? Un chocolate, unos cigarritos (allá en el mundo de los muertos todos fuman, incluso los que murieron de enfisema), una cervecita, un camote, un dulce de chilacayote. La imagen es etérea como los recuerdos, una fotografía ayuda, no al difunto a reconocerse, sino a saber que las ofrendas son para él o para ella y que puede invitar a sus compitas. Se sabe de diálogos así:

–¿A ti qué te pusieron, tú?

–Unas guayabas, un vaso sin nada, otro con tierra, otro con agua y una veladora (quesque los cuatro elementos), un puño de sal y un caminito de cempasúchil.

–No, pus te fue bien, a mí no me pusieron nada, pero la chaviza se andaba pintando la cara como osos panda, que porque “es la tradición”.

–Acá pusieron tamalitos, taquitos de pastor, atole, cafecito, frutas y dulces.

–¿Dónde dónde?

 

La poesía

Nocturno en que habla la muerte

Xavier Villaurrutia

 

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

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LA ALEGRIA | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«¿Sabes, Hump? –confiesa el héroe de una de las novelas de Gilbert K. Chesterton, el gran polemista inglés-, los hombres modernos tienen una idea muy equivocada de la vida. Parece que esperan de la naturaleza lo que ésta nunca ha prometido darles y, mientras tanto, destruyen todo aquello que en realidad les da.
En las iglesias ateas de Ivywood todos hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de alegría absoluta y de corazones que laten por todos, pero no por ello tienen un aspecto más alegre que los demás… Yo no sé si Dios entienda por felicidad el gozo que todo lo comprende y todo lo supera, pero Dios quiere que cada hombre tenga su alegría, y yo tengo toda la intención de no dejármela robar».

Para ser sincero, yo también he escuchado muchos discursos como el de las iglesias ateas de Ivywood, y no precisamente en las iglesias ateas de Ivywood; también yo he oído cientos de sermones que hablan de paz perfecta, de confianza sin límites, de corazones que laten por todos, y acaso no sólo los haya oído, sino tal vez incluso pronunciado. Lo que no sé es si modificando el texto de Chesterton y escribiendo «parroquias cristianas» allí donde él sólo dijo «iglesias ateas» cambiarían mucho las cosas.

Los cristianos hablamos de resurrección, de vida perdurable, de providencia o cuidado de Dios, de amor sin límites, pero no por eso vivimos más contentos. Todo parece indicar que los creyentes nos tomamos bien poco en serio lo que nos dicen nuestro pastores en sus –a menudo largos y muy aburridos- sermones. Sí, hemos de confesarlo bajando la cabeza: en nuestras iglesias, las homilías son saetas que esquivamos lo mejor que podemos… Cuenta Julien Green en un librito suyo titulado Liberté que hubo en París no hace mucho tiempo una dama de la alta sociedad que cada vez que iba a Misa advertía con severidad a su sirvienta: «Si el señor cura predica sobre la fe o sobre el perdón de los pecados, me dejas dormir; pero si habla de María Magdalena, me despiertas». Ella, como quiera que sea, iba a la iglesia únicamente a cumplir, y, por supuesto, a dormirse.

«Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres».

Y sí, la verdad es que la fe debería tener el poder de hacernos más alegres, más sonrientes, menos hoscos. Un cristiano no debería atreverse a salir a la calle si antes no ve reflejado en el espejo un rostro resucitado.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez La farisea de François Mauriac, cómo se me quedó grabado lo que dijo uno de los personajes al referirse a una antipática señora que andaba por allí cerca y que se las daba de muy católica: «Lo que voy a decir puede asustarte, pero pienso que es mejor ser una bestia inmunda que tener la clase de virtud de Brigitte Pian». ¡Dios mío, qué frase más dura! Y; sin embargo, es preciso reconocerlo: sí, hay en este mundo gente muy católica, lo que se dice muy católica, pero al mismo tiempo muy insoportable y muy antipática. ¿Por qué se avergüenzan de mostrar un rostro atractivo y jovial? ¿Qué se lo impide?

A estas personas habría que recordarles lo que escribió una vez Andrew M. Greeley en uno de sus libros: «Las personas que creen en la resurrección deben ser gente alegre, y los cristianos católicos que tienen una visión relativamente más benigna de su naturaleza que nuestros hermanos separados, tienen que ser una congregación de gente más alegre, más jovial y más bromista. Todo lo que tengan de graves, de ásperos, de severos lo tienen de fallo como católicos… La Iglesia necesita hombres que tengan visión. Necesita hombres jubilosos, alegres y de corazón fuerte que caigan en la cuenta de que, a pesar de lo desesperada que pueda ser la situación, nunca se la debe permitir que se ponga seria; y aunque puedan extinguirse las luces, siempre hay esperanza de que vuelvan a encenderse». La excesiva severidad no siempre es signo de seriedad; a menudo es más bien muestra de una soberana estupidez.

San Pablo, poco antes de poner punto final a la carta que dirigió a los filipenses, les amonesta así: «Como cristianos, estén siempre alegres: se lo repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se angustien por nada» (4, 4). ¿Por qué esta insistencia del apóstol en cosas tan aparentemente secundarias como la alegría? ¿Por qué les dice una y otra vez que estén alegres? ¡Ah, bien sabía él lo propensos que somos los cristianos a dejarnos llevar por la tristeza y a andar por las calles de la vida mostrando un rostro de amargura!

¿Ha leído usted una famosa pieza teatral de Paul Claudel (1868-1955) titulada El padre humillado? Pues bien, en esta pieza hay una escena en la que el Papa envía este mensaje a Oriano de Homodannes: «Oriano, hijo mío, haz comprender a los hombres que no tienen otra cosa que hacer en el mundo que estar alegres. Hazles entender que la alegría que nosotros conocemos y estamos encargados de transmitir no es una palabra vaga o un insípido lugar común de sacristía, sino una noble, deslumbrante, íntima y profunda realidad, en cuya comparación lo demás no vale nada. Esta alegría es algo humilde, material, atrayente, como el pan que se apetece, como el vino que nos parece bueno, como el agua que nos hace morir cuando no nos la dan, como el fuego que quema, como la voz que resucita…».

¡Ah, sería necesario que el Papa nos enviase una carta en la que nos hablara largamente sobre la conveniencia de la alegría! No sé, tal vez sólo entonces nos la tomaríamos un poquito más en serio…

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Un cohete potosino para el padre de un robot pianista | J.R. Martínez/ Dr. Flash

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EL CRONOPIO.

El 14 de marzo de este dramático dos mil veinte, en pleno inicio de la crisis del coronavirus en San Luis Potosí, se lanzaba después de cuarenta y ocho años, un cohete en Cabo Tuna. El municipio de Charcas sería el testigo de esta histórica fecha, pues el cohete de combustible sólido Fénix 2, es uno de nueva generación que recupera el proceso histórico en el diseño de cohetes en el país y en especial en nuestro estado.

El cohete fue desarrollado por el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con ello Cabo Tuna vuelve a marcar hitos en la historia de la ciencia y tecnología mexicana.

El programa Cabo Tuna inició en 1957 en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con el lanzamiento del primer cohete diseñado y construido en México, el Física I, lanzado el 28 de diciembre de 1957. El programa tuvo un receso en 1972 y cuarenta y seis años después reinicia con el nuevo programa “Cabo Tuna, hacia un programa espacial mexicano”, impulsado por el Instituto de Física de la UASLP y el Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre.

El cohete lanzado en Charcas lleva el nombre de Cohete Fénix I-2 “Alejandro Pedroza Meléndez”. Dedicado al Dr. Alejandro Pedroza Meléndez, por su contribución al desarrollo del área aeroespacial en México, así como a la tecnología mexicana.

Alejandro Pedroza Meléndez es un científico mexicano nacido en Villa de Arriaga, San Luis Potosí, se formó en el Instituto Politécnico Nacional y posteriormente ingresó como investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla donde fundó el Laboratorio de Semiconductores, ahí, bajo su dirección, se construyeron una gran cantidad de dispositivos biomédicos y donde se desarrollaron las primeras celdas solares con calidad espacial en el país. Fundó además el Laboratorio de Microelectrónica, que fue un referente para el desarrollo de la microelectrónica en México; en dicho laboratorio se diseñó y construyó con tecnología nacional, la instrumentación necesaria para la fabricación de microcircuitos. Después se creó la sección de bioelectrónica para aplicarlos a instrumentos médicos.

A los microcircuitos fabricados en el Laboratorio se les dio una aplicación social inmediata en las primeras manos biónicas mexicanas, en los primeros estimuladores óseos mexicanos y en los primeros marcapasos mexicanos.

Alejandro Pedroza y su equipo desarrollaron los primeros microprocesadores en México, con los cuales fue construido el famoso Robot Pianista “Don Cuco el Guapo”, que en la década de los noventa visitó varias veces San Luis Potosí, ofreciendo conciertos en el Teatro de la Paz y en el teatro Carlos Amador, dentro de nuestros eventos de divulgación científica.

Fue director del programa de desarrollo del primer satélite experimental mexicano SATEX-I, donde participaron más de setenta investigadores de once instituciones de educación superior del país.

Alejandro ha recibido reconocimientos en su estado natal: Trayectoria de Éxito en el 2015 y Científicos Potosinos en 1994, en el marco del IV Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia que nos tocó organizar, aquí en San Luis Potosí.

Por toda esta labor en beneficio de la sociedad mexicana, por el camino de la ciencia y la tecnología, se le asignó su nombre al cohete Fénix que perturbara el apacible cielo del altiplano potosino hace siete meses.

 

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